Las dos amigas que formamos este blog vamos a empezar a escribir algunas historias juntas. Que disfrutéis :)
Un
día, que tendría que haber sido como otro cualquiera, resultó no
ser como siempre.
Me
desperté de madrugada y bajé a la cocina a por algo de picar. No
podía dormir.
Pero
cuando busqué algo para comer, nada me apetecía.
Tan
solo podía pensar en él.
¿Por
qué? Él sólo era un amigo, ¿no?
O
quizás yo sintiera algo más que amistad, quizás Sean fuera más
que un simple chico.
Pero,
¿por qué él? Con lo irritantemente tranquilo que era, y torpe, e
inmaduro...
Y
gracioso, y amable, y sensible, y comprensivo, y friki...
Pero
si somos totalmente diferentes el uno del otro. ¿Por qué? ¿Tiene
siquiera un por qué?
Entonces
sonó el teléfono, era él. A veces le daban esos puntos de llamarme
a cualquier hora, por cualquier motivo, simplemente para hablar.
-¿Sí?
-dije yo, intentando aparentar indiferencia- ¿Quién es?
-Soy
yo, Sean. ¿Molesto?
-Sabes
que no -¿me lo parecía a mi o le temblaba la voz?
-Acabo
de dejarlo con mi novia.
-¿Y
eso? -ahora era a mi a quien le temblaba la voz.
-No
sé... Ya... no la quiero, eso es todo.- Dijo. No sonaba muy
convincente.
-¿Seguro
que eso es todo? -pregunté, intentando sin mucho éxito no sonar
preocupado.
-Claro.
Oye, ¿haces algo mañana? Porque había pensado... Pero si estás
ocupado no importa, lo dejamos para otro día.
-No,
no. ¿Qué habías pensado?
-O
mejor, ¿quedamos ahora?
-Eh...
sí, claro. ¿Dónde?
-Sorpresa.
Ya verás, ¿te recojo en media hora?
-Sí,
claro.
-Pues
hasta luego.- Colgué , y me quedé un rato observando el teléfono,
sin saber del todo lo que acababa de pasar.
Y
al darme cuenta de lo que hacía reaccioné, y fui corriendo hacia mi
cuarto intentando no hacer ruido para no despertar a nadie.
Ya
se acercaba el verano, y con él el calor, por lo que por las noches
dormía siempre en calzoncillos.
Busqué
unos pantalones vaqueros y alguna camiseta decente que ponerme, y
corrí al cuarto de baño a lavarme los dientes y peinarme.
Justo
a las dos de la madrugada, Sean vino a recogerme.
No
dejaba de pensar en cosas ridículas mientras salía de casa, como
por ejemplo si estaría bien la ropa que llevaba, si me había
peinado bien, etc.
-Me
gusta mucho tu camiseta.- Dijo- Te sienta bien ese color.- Al parecer
no iba tan desastroso como yo pensaba.
-Gracias
-menos mal que estaba oscuro y no pudo ver como me sonrojaba...
-¿Y
bueno, qué? ¿Intrigado? ¿nervioso?- Preguntó. Parecía haberme
leído el pensamiento.
-Sabes
que sí -y para mi sorpresa, me cogió de la mano.
Sonrió.
Yo estaba muy nervioso, y él pareció darse cuenta.
-Tranquilo,
¿vale? Sólo quiero hablar contigo, hace tiempo que quiero hacerlo.
-¿Hablar?
¿Sobre qué?
-Espera
que lleguemos, paciencia.
-¿Llegar
adónde?
-Paciencia
-dijo riendo.
Paciencia.
Yo no tenía de eso, y menos en aquel momento.
Al
fin, llegamos a un edificio. Al llegar a la puerta, Sean cogió unas
llaves del bolsillo con la mano que no sostenía la mía y me invitó
a pasar tras abrirla.
-¿Dónde
estamos? ¿Qué es este lugar?
-Sólo
un poco más de paciencia, ya verás, merecerá la pena.
Entonces,
tocó el interruptor de la luz que había a nuestra derecha, y me
guió de la mano mientras subíamos unas escaleras.
Subimos
hasta el último piso del edificio. A esas alturas, no podía estar
más nervioso.
-Cierra
los ojos. -Me dijo.
-¿Por
qué?
-¿Por
qué qué?
-¿Por
qué estamos aquí? No entiendo qué...
-No
pasa nada, tú confía en mí.
Y
confié en él.
Escrito por Ellen Hamon y Alicia González.