jueves, 18 de julio de 2013

Historia a cuatro manos - David y Sean

Las dos amigas que formamos este blog vamos a empezar a escribir algunas historias juntas. Que disfrutéis :)


Un día, que tendría que haber sido como otro cualquiera, resultó no ser como siempre.
Me desperté de madrugada y bajé a la cocina a por algo de picar. No podía dormir.
Pero cuando busqué algo para comer, nada me apetecía.
Tan solo podía pensar en él.
¿Por qué? Él sólo era un amigo, ¿no?
O quizás yo sintiera algo más que amistad, quizás Sean fuera más que un simple chico.
Pero, ¿por qué él? Con lo irritantemente tranquilo que era, y torpe, e inmaduro...
Y gracioso, y amable, y sensible, y comprensivo, y friki...
Pero si somos totalmente diferentes el uno del otro. ¿Por qué? ¿Tiene siquiera un por qué?
Entonces sonó el teléfono, era él. A veces le daban esos puntos de llamarme a cualquier hora, por cualquier motivo, simplemente para hablar.
-¿Sí? -dije yo, intentando aparentar indiferencia- ¿Quién es?
-Soy yo, Sean. ¿Molesto?
-Sabes que no -¿me lo parecía a mi o le temblaba la voz?
-Acabo de dejarlo con mi novia.
-¿Y eso? -ahora era a mi a quien le temblaba la voz.
-No sé... Ya... no la quiero, eso es todo.- Dijo. No sonaba muy convincente.
-¿Seguro que eso es todo? -pregunté, intentando sin mucho éxito no sonar preocupado.
-Claro. Oye, ¿haces algo mañana? Porque había pensado... Pero si estás ocupado no importa, lo dejamos para otro día.
-No, no. ¿Qué habías pensado?
-O mejor, ¿quedamos ahora?
-Eh... sí, claro. ¿Dónde?
-Sorpresa. Ya verás, ¿te recojo en media hora?
-Sí, claro.
-Pues hasta luego.- Colgué , y me quedé un rato observando el teléfono, sin saber del todo lo que acababa de pasar.
Y al darme cuenta de lo que hacía reaccioné, y fui corriendo hacia mi cuarto intentando no hacer ruido para no despertar a nadie.
Ya se acercaba el verano, y con él el calor, por lo que por las noches dormía siempre en calzoncillos.
Busqué unos pantalones vaqueros y alguna camiseta decente que ponerme, y corrí al cuarto de baño a lavarme los dientes y peinarme.
Justo a las dos de la madrugada, Sean vino a recogerme.
No dejaba de pensar en cosas ridículas mientras salía de casa, como por ejemplo si estaría bien la ropa que llevaba, si me había peinado bien, etc.
-Me gusta mucho tu camiseta.- Dijo- Te sienta bien ese color.- Al parecer no iba tan desastroso como yo pensaba.
-Gracias -menos mal que estaba oscuro y no pudo ver como me sonrojaba...
-¿Y bueno, qué? ¿Intrigado? ¿nervioso?- Preguntó. Parecía haberme leído el pensamiento.
-Sabes que sí -y para mi sorpresa, me cogió de la mano.
Sonrió. Yo estaba muy nervioso, y él pareció darse cuenta.
-Tranquilo, ¿vale? Sólo quiero hablar contigo, hace tiempo que quiero hacerlo.
-¿Hablar? ¿Sobre qué?
-Espera que lleguemos, paciencia.
-¿Llegar adónde?
-Paciencia -dijo riendo.
Paciencia. Yo no tenía de eso, y menos en aquel momento.
Al fin, llegamos a un edificio. Al llegar a la puerta, Sean cogió unas llaves del bolsillo con la mano que no sostenía la mía y me invitó a pasar tras abrirla.
-¿Dónde estamos? ¿Qué es este lugar?
-Sólo un poco más de paciencia, ya verás, merecerá la pena.
Entonces, tocó el interruptor de la luz que había a nuestra derecha, y me guió de la mano mientras subíamos unas escaleras.
Subimos hasta el último piso del edificio. A esas alturas, no podía estar más nervioso.
-Cierra los ojos. -Me dijo.
-¿Por qué?
-¿Por qué qué?
-¿Por qué estamos aquí? No entiendo qué...
-No pasa nada, tú confía en mí.
Y confié en él.


Escrito por Ellen Hamon y Alicia González.

miércoles, 3 de julio de 2013

Pensamientos de un bebé


Elena sonreía, asombrada, ante todo lo que veía. El cielo azul, un sol gigante iluminando el cielo, algunas nubes blancas que se movían con la suave brisa que soplaba. Sentada en la hierba, podía sentir el tacto, el olor, la delicadeza de las flores que la rodeaban, tan diferentes, tan coloridas. Árboles altísimos a lo lejos, en la montaña. Mariposas revoloteando alrededor, y la pequeña casita blanca al fondo del prado...
Una mariquita se posó en la pierna de la bebé. Ella, impresionada, intentó atraparla entre risas, hasta que la mariquita salió volando. Elena extendió la mano todo lo que pudo para alcanzarla, pero la mariquita siguió su camino.
Elena era pequeña, aún no había aprendido a hablar, ni siquiera se sostenía en pie por sí misma, tenía que gatear para desplazarse, y llorar si tenía hambre, o frío, o sueño, o por cualquier cosa. Eso era algo que a veces irritaba a sus padres, y ella lo sentía mucho, pero no sabía de qué otra manera comunicarse.
Su madre estaba justo detrás de ella, sujetándola por la espalda para que Elena no se cayese. Tumbada en la hierba, disfrutando de aquel maravilloso día, canturreaba una cancioncilla que su madre solía cantarle siempre, por lo que terminó memorizándola. Elena ya había empezado a reconocerla, cada vez que su madre la cantaba, Elena sabía de qué canción se trataba, aunque todavía no fuese capaz de cantarla con ella. A Elena le gustaba mucho la voz de su madre, suave, dulce, siempre calmada...
- ¡Cariño! ¡La comida está lista!- Gritó papá desde el interior de la casita blanca.
- ¡Ya vamos!- Dijo mamá.- Elena, tesoro, ¿tienes hambre?- Elena tan solo sonreía, admirando lo guapa que era su madre.- Vamos, vamos a ver qué nos ha preparado papá.- La madre cogió a Elena en brazos, ésta contenta y sonriente. Todavía le quedaba mucho por aprender, pero tenía ganas. Ganas de conocer más cosas, ganas de pasar más tiempo con esa mujer y ese hombre, su padre y su madre, que tanto la cuidaban y tan feliz la hacían. Elena esperaba poder devolverles todo aquello algún día.



Ellen Hamon.



martes, 2 de julio de 2013

Para Inma Nieto :)

  Érase una vez, en un instituto de La Línea, una clase que, aunque la media de notas era alta, no había muy buena relación entre los alumnos. Los chicos no eran malos en realidad, sino que cada uno miraba por sí mismo, sin preocuparse por los problemas de otros.
   El primer día del curso, cuando los alumnos oyeron el nombre de la que sería su tutora ese año, se miraron extrañados. Por una parte, se alegraron de que no volvieran a tener el mismo tutor del curso anterior, pero por otro, les preocupaba que la nueva fuera aún peor. ¿Quién era Inma Nieto?
   Cuando subieron a clase aquel día y la tutora les dio una charla, quedó más que claro que aquella profesora no toleraría tonterías, aunque tampoco se le veía que fuera mala. Ellos pensaron que sería una de tantas profesoras que habían tenido, que se limitaría a entrar y salir de su vida sin dejar marca, pero se equivocaron.
   A lo largo del curso, los alumnos pudieron ver que aquella profesora, además de llevar sus clases realmente bien, era un gran ejemplo a seguir. Los alumnos vieron también que la profesora realmente quería ayudar en los problemas de la clase, que para ella los alumnos no sólo eran eso, alumnos, sino también personas, lo que hizo que quisieran mejorar.
   Al final del curso, aunque no todos habían mejorado como alumnos, sí que lo hicieron como personas.

Alicia González.


   Un día, no hace mucho tiempo, alguien me preguntó: “¿quién ha sido la personas que más te ha marcado en la vida?”.
   Aquella pregunta me hizo reflexionar. ¿Mis padres? ¿Algún amigo? ¿Algún famoso?
   Y entonces el nombre de “Inma Nieto” se cruzó por mi mente.
   Inma fue mi tutora y profesora de lengua en 3º de ESO.
   Recuerdo claramente el día en que la conocí, aunque ya hace años de aquello. Recuerdo el momento en el que nos llevo a la que sería nuestra clase, y nos empezó a hablar sobre lo que haríamos durante el curso, el horario, las normas... Recuerdo cuando me hizo tirar el chicle a la papelera, recuerdo haber mirado a Marta y ambas decir con una sonrisilla: “Esta nos va a poner firmes”. Y la verdad es que nos hacía falta. Inma llegó justo en el momento oportuno, cuando la relación entre compañeros de clase no era muy buena. Inma nos enseñó mucho, pero no sólo sobre gramática y literatura. Nos enseñó cosas más importantes, nos enseñó a conocernos, nos enseñó a ser mejores personas. Se preocupaba por nosotros y nos ayudaba a mejorar. Recuerdo cuando tenía quince años y pensé: “yo quiero ser como ella de mayor”, porque Inma fue todo un modelo a seguir, y ahora que ya he crecido, y tengo mi casa, mi trabajo, mi marido y mis hijos, me siento orgullosa de haberla tomado como ejemplo, porque Inma Nieto me ayudó a crecer, tanto académica como personalmente. Por eso cuando me preguntaron qué persona me había marcado más en la vida, yo contesté segura: Inma Nieto.
   Porque es una mujer admirable, guapa, inteligente, segura de sí misma... y me alegro de haberla conocido, me alegro de haber sido su alumna, me alegro de lo mucho que me hizo reflexionar, me alegro por todo lo que hizo en el curso por nosotros...


   
Por todo eso y más, Inma Nieto marcó mi vida.
Ellen Hamon.



Con mucho cariño, de tus alumnas Ali y Ellen :)

miércoles, 19 de junio de 2013

Perfección



Te sigo, te observo, memorizo. Todos y cada uno de tus movimientos, los proceso y los guardo en mi memoria. Tus gestos, tus miradas, tu sonrisa, esos movimientos tan elegantes que haces con el pelo... Perfección.
Estamos hechos el uno para el otro, aunque tú aún no te hayas dado cuenta.
Me crearon para estar a tu lado, y tú naciste para estar al lado mío. Yo, mente brillante, cuerpo impecable. Perfecta. Diseñada para no cometer errores.
Y enamorada, de ti.
Mi corazón no va al mismo ritmo que el tuyo, está hecho de otro material. No corre sangre por mis venas, pero eso no importa. Tarde o temprano comprenderás. Tarde o temprano te darás cuenta de lo que podríamos llegar a ser. Tú y yo. Perfección. Tu lado más humano, latidos regulares; mi lado más completo, inmejorable.
Ya soy tuya, y aunque tú aún no reconozcas, ya eres mío. Inevitable.
Perfecto.


Escrito por Ellen Hamon :)

miércoles, 29 de mayo de 2013

La curiosidad mató al gato


Matthew cruzó la puerta, indeciso. Dudaba de que aquello fuera lo correcto, por algo su tío se había mostrado tan estricto a la hora de mantenerlo alejado de aquella habitación. Pero la curiosidad que Matthew sentía en aquel momento podía más que todas las normas impuestas por su tío. Además, ahora no se encontraba en casa, no tenía por qué enterarse de que Matthew le había desobedecido.
La sala estaba oscura, no se veía nada. A Matthew le entró un poco de miedo, ¿dónde se había metido? De repente notó como algo suave caía lentamente sobre su cabeza y, temeroso, lo cogió. No estaba seguro, pero por el tacto aquello parecía la hoja de un árbol. ¿Dónde estaba? ¿Qué era realmente aquella habitación?
Decidió caminar a ciegas, quizás hubiera algún interruptor en alguna parte. Según avanzaba, notaba que el suelo que pisaba se reblandecía, ya no parecían losas de mármol, ahora era como... tierra. Pensó que su mente le estaba jugando una mala pasada, siempre había sido un chico con mucha imaginación. Pero lo cierto era que estaba asustado, no sabía hacia dónde iba, no sabía cómo salir de aquel lugar. Pero una vez más, la intriga y la curiosidad pudieron más que su miedo, y no dejó de caminar, quería descubrir lo que estaba ocurriendo.
No sabía cuánto tiempo llevaba caminando en la oscuridad, aquello que siempre había creído una habitación normal y corriente, ahora le parecía infinita. Por más que andaba en línea recta jamás chocaba con ninguna pared. No se oía ningún sonido, le costaba incluso escuchar sus propios pasos, no olía a nada, y como estaba tan oscuro, obviamente el sentido de la vista tampoco le servía de mucho. Aún tenía aquella hoja en su mano. Entonces, algo le hizo dejarla caer de pronto. Un ruido, como el rugido de un animal, de una bestia... Algo se abalanzó sobre Matthew y...
- ¡Ahhh! 
- ¡Te advertí que jamás abrieras esta puerta!- Rugió la bestia, que había derribado a Matthew.
Él forcejeaba, pataleaba y gritaba... Pero ya era demasiado tarde...
Siempre se lo habían dicho, desde pequeño, cuando se inventaba aquellas ridículas historias de fantasía y aventuras, y no paraba quieto explorándolo todo a su alrededor, metiendo las narices en asuntos ajenos... “La curiosidad mató al gato”


Por Ellen Hamon:)

lunes, 13 de mayo de 2013

No más cortes


Siempre le he dicho lo guapa que era. Siempre la he hecho sonreír. Siempre parecía estar bien cuando estaba conmigo. ¿Cómo iba a saber yo que no era así?
Me di cuenta un día mientras nos besábamos en mi cuarto. Entonces, ambos empezamos a desnudarnos. Ella se quitó la camiseta, y me quedé observándola un rato. Realmente era preciosa... La chica más bonita que jamás haya conocido. Además de lista, graciosa, simpática, amable... Era la chica perfecta.
Entonces me fijé. Ella siempre llevaba manga larga, pensaba que para resguardarse del frío, pero ese día descubrí, que lo hacía para cubrir sus cortes.
Cortes que tenía en el brazo, y que ella misma se había hecho.
-¿Qué es esto?- Le pregunté, preocupado.
-No es nada- Dijo ella, apartando el brazo.
-No me mientas. ¿Qué son esos cortes?
-Son...
-¿Son?
-No son nada, en serio. - Ella recogió su camiseta del suelo y se la puso de nuevo.
-¿Qué te ocurre? ¿Por qué te haces eso?- Le dije casi apunto de llorar. Entonces ella me explicó, entre lágrimas, que era tan solo una manera de llevar el control, de controlar la pena que sentía por dentro. Me explicó qué clase de cosas le hacían sentir esa pena, como que sus compañeros de clase se burlaban de ella, no sabía bien por qué, que su padres la ignoraban o le gritaban... Me explicó que llevaba mucho tiempo sintiéndose de aquella manera. Sentía que no merecía todo aquello y que era mejor no existir, porque nadie la quería. -Yo te quiero. Te quiero más que a nada. No lo olvides, no estás sola. Me tienes a mí. Te quiero, pero por favor, no lo hagas más. - No pude evitar llorar yo también.- No más cortes, por favor... No más cortes...
-Todo parecía ir bien al día siguiente. Llegó al instituto feliz, saludando a la gente e incluso sonriendo. Pero al entrar en clase y fijarse en las miradas de sus compañeros, se sintió impotente, y me mandó un mensaje:
-Te quiero, con todo mi corazón, y te querré hasta la muerte” Pensé que no era nada, no sabía que lo de muerte lo decía literalmente, así que le contesté con un “Yo también te quiero”.
-Tuve entonces un mal presentimiento, sabía que algo no iba bien. Supongo que os sonará a locura, pero realmente sentí la pena y angustia de mi novia en aquel momento, y me asusté. Corrí a su casa, me fue fácil entrar, pues la puerta estaba abierta. Subí las escaleras hasta el piso de arriba, oía el sonido del agua saliendo del grifo, y entré en el cuarto de baño. Entonces la encontré. Allí, tirada en el suelo, lleno de sangre, inconsciente, con varios cortes en la muñeca y un cuchillo en su otra mano. Mi corazón se paró, se me acababa el aire, no podía respirar, no podía ver nada. Me acerqué a ella, con lágrimas en los ojos. La moví, intenté hacerla reaccionar, pero no hubo resultado.
-Me lo prometiste. No más cortes, ¡no más cortes!- En seguida me levante y llamé a una ambulancia, que la llevó de inmediato al hospital. Sus padres no tardaron en llegar, los había llamado un rato después al trabajo, para informarles de lo que había sucedido. Los tres esperábamos en la sala de espera cuando vimos aparecer al médico que había atendido mi novia.
-Lo siento- Fueron sus palabras- Había perdido mucha sangre, estaba ya en muy malas condiciones cuando la trajimos... No hemos podido hacer nada.

En ese momento, mi mundo se derrumbó, porque ella era mi mundo, ella era mi vida, ella lo era todo para mí. Y ya no estaba. Ni siquiera me fijé en la reacción de sus padres, me dirigí hacia los asientos y me senté, tratando de asimilar las palabras del doctor. “No hemos podido hacer nada”, “había perdido mucha sangre” …
- Me lo prometiste...-Dije, con la esperanza de que estuviera donde estuviese me escuchara.- Me lo prometiste. No más cortes... No más cortes...



Escrito por Ellen Hamon :)

domingo, 12 de mayo de 2013

Y que todo siga igual



    A veces me despierto, creyendo que nada a cambiado. Creyendo que sigo siendo la misma niña pelirroja, bajita, de ojos azules, pálida y con pecas en la cara. Creyendo que me sigo llamando Saray y que mis padres estarán desayunando en la cocina, como cada mañana; que las calles siguen cubiertas por la nieve de este frío invierno en el que acabamos de entrar; que mi gato seguirá dormido junto al fuego, como cada día; creyendo, que todo sigue igual.
    Cosa que no es cierta. Hace tiempo que el invierno se fue, llevándose consigo al hermoso gatito que solía acurrucarse al lado de la chimenea, ya era muy viejo el pobre; hace tiempo que dejé de vivir con mis padres, y que dejé de ser una niña bajita, he crecido, he madurado...
    A veces me gustaría que todo siguiera igual, que las cosas fueran como cuando era pequeña. Todo era mejor entonces. Por eso, por la noche, cuando me voy adormir, ahora junto a mi marido, después de haber acostado a mis hijos, recuerdo el pasado, sueño con él... Y me despierto pensando que nada ha cambiado, que todo sigue como antes...


    Por Ellen Hamon :)

viernes, 3 de mayo de 2013

Sinceramente:



Siento decepcionarte, pero no soy como tú y nunca lo seré.
No tengo tus virtudes, pero gracias a Dios tampoco tengo tus defectos.
No tengo tu don para el orden, no sé cómo organizar las cosas, ni si quiera cómo organizarme a mí misma; al contrario que tú, no soy para nada rencorosa, sé que te gusta que te den varias oportunidades, pero luego tú no las das, y yo sí; no tengo tus preciosos ojos color verde (aunque nadie sepa apreciarlos porque son demasiado pequeños), ni tu maravilloso acento americano, pero al menos soy capaz de esforzarme para intentar mejorar, para que veas cómo mejoro, pero desgraciadamente no es algo que tu aprecies...
Sé que has pasado por mucho, pero eso no te da derecho a pagarlo con los demás, y menos conmigo, ya que siempre me estoy esforzando por ganarme una mísera sonrisa, un mísero abrazo, o por lo menos un “hola” cuando llego a casa.
Yo también he pasado por lo mío, de hecho, sigo sufriendo aunque no lo parezca, aunque tú pienses que sea demasiado pequeña para saber de la vida. Y jamás se me olvidará esa frase, que como tantas otras que me has dicho quedará marcada para siempre en mi cabeza: “ Ya te darás cuenta con el tiempo, y ya lo pagarás con tus hijos”. No. No, señor. Ahí debo llevarte la contraria. Jamás culparé a mis hijos de lo que me haya pasado, o me esté pasando en ese momento, porque si, como todos los padres dicen, “yo ya tuve tu edad”, comprenderé la clase de cosas a las que se enfrentan, y jamás se me ocurriría ponerles más peso en los hombros del que ya tienen.
Todos somos frágiles en el fondo, aunque intentemos aparentar que somos rocas por fuera, por dentro todos somos de cristal.
A pesar de que somos muy diferentes, hay algo en lo que de cierto modo nos parecemos: A pesar de todo lo que nos ha pasado, de todo lo que nos pasa cada día, somos capaces de seguir adelante. Por motivos diferentes, con diferentes motivaciones, pero ni tú ni yo nos rendimos nunca, venga lo que venga.
Quizás tú manera y la mía sean demasiado diferentes para que llegues a comprender, cómo y por qué digo lo que digo y actúo como actúo, pero hay una cosa que tengo clara, no voy a cambiar, ni por ti ni por nadie, porque si a mí me va bien así, si así he encontrado la manera de seguir adelante, voy a continuar como hasta ahora. Por que yo soy yo.
Porque nunca he sido como tú, y nunca lo seré. 


Por Ellen Hamon :) 

jueves, 2 de mayo de 2013



Nunca he sido un romántico. No soy de esa clase de chicos que prestan demasiada atención a los detalles, o dicen cursiladas, o van a la playa por la noche con la chica de sus sueños, ni a una cena a la luz de las velas... No soy ni si quiera de los que le gusta ir cogidos de la mano.
Supongo que esa es una de las razones por las que sigo solo.
Ha habido muchas mujeres, sí, pero no he sido capaz de retenerlas a mi lado. Conmigo todo es monotonía, lo reconozco, no soy un chico especialmente guapo o inteligente, ni gracioso, mi rutina es de los más normal, ni siquiera hago deporte.
Esos es lo que más le fastidiaba a Laura. Laura fue mi última novia, y la más importante. Honestamente, Laura ha sido  la única que realmente me ha importado. Es perfecta. Guapa, lista, activa, siempre sonriente... Cómo la echo de menos. Ella se merecía algo mejor, algo que yo no podía ofrecerle. No hablo de cosas materiales, pues la verdad es que no ando mal de dinero, soy un abogado de alta reputación. Pero ella necesitaba atención, y yo fui un estúpido por no dársela.
Esto me ha hecho pensar, me ha hecho pensar en lo que soy y lo que quiero ser.
Hoy me quito la etiqueta de aburrido, y empiezo a vivir la vida. Con suerte, alguien querrá vivir la suya a mi lado.


Por Ellen Hamon :)

martes, 30 de abril de 2013

Carta a papá


Querido padre:

Aún recuerdo el día en que te marchaste.
Mamá dijo que volverías, pero ella estaba llorando, así que dudo que realmente lo creyera.
Recuerdo que llevabas tan solo una maleta, donde al parecer cabían muchas cosas, ya que la mitad de tu armario y varios cajones de tu dormitorio quedaron vacíos. Te pusiste ese abrigo negro que tanto abrigaba, sí, el que yo solía usar para disfrazarme. Aún recuerdo el verte salir por la puerta, con ese sombrero que usabas para cubrirte del sol, y esos zapatos tan ruidosos, de los que mamá siempre se quejaba.
Yo tenía apenas cinco años, pero recuerdo los detalles muy claramente. No consigo deshacerme de aquel recuerdo.
Tú miraste una última vez hacia atrás, hacia la puerta de nuestra casa. Yo quería salir a la puerta a decirte adiós, a darte un beso y abrazarte muy fuerte, pero mamá no me dejó, así que te observaba desde la ventana.
Sonreíste una última vez, para que no me sintiera triste, y agachaste de nuevo la cabeza. Te vi marchar, caminando en línea recta. No te llevaste el coche, tampoco llamaste a ningún taxi. ¿Adónde te ibas papá?
Diez años después, aún no sé nada de ti. No te conozco, padre, solo confío en mis recuerdos, y en que algún día volverás. No espero que te enamores de nuevo de mamá, pero sí que me quieras como antes.
No he recibido ninguna carta tuya, ninguna llamada... Nada. ¿Ya te has olvidado de mí? Porque yo no lo consigo. Aún tengo esos sueños, en los que te veo marchar desde la ventana, una y otra vez, se repiten como en bucle, y no me dejan dormir.
He crecido. Ahora soy mucho más alta, mi pelo está mucho más largo y un poco más claro que cuando era niña. Mis dientes están rectos, ya que hasta hace poco llevaba aparato. Mis ojos no han cambiado, aunque ahora uso mucho maquillaje, lo que hace que resalten más. Mi piel sigue igual de morena y suave que siempre, la pubertad no me ha afectado mucho.
Los potajes siguen sin gustarme, pero ahora no monto un berrinche a la hora de comérmelos. Sigo siendo adicta al chicle de fresa, y sí, a mamá le sigue fastidiando cuando lo mastico ruidosamente. Reconozco que a veces lo hago para chincharla.
La música me apasiona. A los ocho años entré un conservatorio profesional, donde aprendí a tocar la flauta, y debo reconocer que no se me da nada mal.
Sigo yendo a las clases de baile, donde también he mejorado muchísimo.
He ganado varios premios de literatura en el colegio, escribir me encanta. Sabes que desde pequeñita me gusta mucho leer.
No me va nada mal en la escuela, tengo muchos amigos y saco buenas notas, excepto en matemáticas... Soy una torpe con los números.
Por último, quería decirte, que no te odio por haberte ido, ni tampoco te obligo a volver, solo te pido que no me olvides, y que sepas que si algún día quieres volver a verme, y hablar sobre todo lo que te he contado en esta carta, no tienes más que llamarme, o venir directamente, no me importa.
Quiero que sepas que te quiero, y espero que tú también me quieras a mí.

Saludos, tu hija.


Escrito por Ellen Hamon :)

sábado, 20 de abril de 2013

"Ángel" Parte III

Sergio se despertó de madrugada, se había quedado dormido mientras hacía los deberes en su escritorio. Ahora tenía una manta sobre los hombros, que no recordaba haber cogido en ningún momento. Confundido, se la quitó. Entonces le llegó un olor familiar, aquella manta olía a Belinda.
-Ya basta, Sergio. Te estás obsesionando- Se dijo a sí mismo. Belinda lo observaba desde una esquina. Odiaba no poder hacer nada para que su amigo se sintiera mejor. Si hubiese alguna manera de hacerle comprender que seguía allí, que no se había marchado... Pero ahora mismo no encontraba el modo.
Sergio se levantó de la silla y cogió su mp3. Al encenderlo, sonó esa canción que tanto le hacía pensar en Belinda.

Aquí estoy,
tú también,
aunque sea en la imaginación baby...

-Esta vez, quiero ser, la luna llena que te espera y te ilumina...- Cantaba Sergio.
-Como amiga te he sido fiel, ahora te llevo en la piel...-Continuó Belinda.
-Sé que no va ha suceder, pero lo puedo soñar...
-Te digo: somos los dos, como el aire que está, flotando libre en la inmensidad, oigo tu voz, sueño contigo...
-Eres mi ángel de paz, déjame volar, a tu lado yo por siempre quiero estar, tus alas me llenan el alma...- Sergio no pudo evitar que salieran sus lágrimas de nuevo. Se sentía triste y culpable, pero a la vez, sentía algo muy distinto. No sabía qué era ni cómo explicarlo. Sentía que, de alguna manera, Belinda no se había marchado del todo.
- ¿Por qué te siento tan cerca? Eh, ¿por qué?- Se lamentaba Sergio.
-¡Porque lo estoy! ¡Estoy aquí! ¡Dios, Sergio! ¿Por qué no me ves? ¿Por qué no puedo hacer que me veas?- Belinda, irritada, se acercó a su amigo, y lo abrazó.
Entonces Sergio reaccionó. No había visto ni oído nada, pero lo que acababa de sentir era suficiente para saber lo que pasaba.
-¿Belinda?- Belinda se sorprendió.
-Sergio, ¿puedes oírme?- Sergio no respondió. A Belinda no le importaba, por lo menos, de alguna manera, se había dado cuenta de que ella estaba allí.
-Si realmente eres tú, si realmente estás aquí, dame una señal.-Belinda no hizo nada. ¿Qué señal podía darle?- Por favor, Belinda. Necesito estar seguro de que no me he vuelto loco. Por favor.- Suplicaba Sergio. Belinda se acercó a la estantería de libros que Sergio tenía en su cuarto, y cogió de ella un libro que tiempo atrás le había regalado por su cumpleaños. Aquel era básicamente el único libro que Sergio se había leído sin que lo hubieran obligado, pues la lectura no le interesaba demasiado.
Sergio giró la cabeza cuando oyó caer el libro al suelo. Se levantó a recogerlo, y entonces vio la portada. Era "Halo" de Alexandra Adornetto, el libro preferido de Belinda, que meses atrás había querido compartir con él, regalándoselo por su cumpleaños.
Sergio comprendió entonces, que realmente era su amiga, que estaba intentando contactar con él. Sonrió.
-Entonces eres... ¿como un fantasma?- Preguntó Sergio. Belinda no sabía qué contestar. Jamás se había parado a pensar en ello. ¿Era ella acaso un fantasma, como decía Sergio? No lo sabía. ¿Cómo eran los fantasmas? Belinda no tenía ni idea, nunca le había interesado ese tema. Entonces sonrió, y respondió en voz alta a la pregunta de su amigo, aún sabiendo que él no podría escucharla.
-No soy ningún fantasma. Soy un ángel, y estoy aquí para cuidarte...



Escrito por Ellen Hamon :)

viernes, 19 de abril de 2013

"Ángel" Parte II

Belinda bailaba en el cuarto de Sergio. Había pasado allí toda la noche, observando como él dormía, y ahora que se había marchado al instituto, ella había encendido la radio y se había puesto a bailar. Con algo tendría que entretenerse hasta que Sergio regresara.

A Belinda le encantaba bailar, siempre le había gustado. No bailaba especialmente bien, tampoco iba a clases de baile ni nada por estilo, pero aún así le encantaba bailar. Sentía que era una manera de liberarse. Aquello le hizo recordar aquel día, en el campo, con su familia y con la de Sergio (ya que eran amigos desde pequeños), en el que ella y Sergio se pasaron el día corriendo, saltando, bailando... Belinda paró un momento. Ahora no podría volver a vivir esos momentos con él, ni con él ni con nadie. Aquello la entristeció un poco. "Ánimo."Se dijo. "Estás aquí para cuidar de Sergio, tal como le prometiste".

Sergio llegó a casa a eso de las tres y media, almorzó, y se puso a ver la tele. Una hora o así más tarde, subió a su cuarto y comenzó a hacer sus deberes. Entonces notó una suave brisa sobre su hombro. Miró a su derecha, la ventana estaba cerrada, no podía haber entrado por ahí.
-¿Necesitas ayuda?- Preguntó Belinda.- Eso parece muy complicado, ¿seguro que no quieres que te eche un cable?- Pero Sergio no le hacía caso, porque seguía sin poder escucharla.


Por Ellen Hamon :)


"Ángel" Parte I




Te digo: somos los dos
como el aire que está
flotando libre en la inmensidad,
oigo tu voz sueño contigo...
Eres mi ángel de paz,
déjame volar
a tu lado yo por siempre quiero estar,
tus alas me llenan el alma...

Sergio lloraba en su habitación, mientras escuchaba aquella canción que tanto le recordaba a Belinda.
Hacía poco que se había marchado, hacía poco que Belinda ya no estaba junto a él, hacia poco que Belinda se había ido... para siempre. Sergio no dejaba de repetirse que era su culpa, que tendría que haber prestado más atención a la carretera, que el  estar discutiendo no era ninguna escusa para soltar el volante... Se sintió fatal por haberle gritado minutos antes del accidente, minutos antes de que aquel camión los arrollara.
¿Por qué ella? ¿Por qué ella y no él, si la culpa había sido suya? Eso era lo que Sergio se preguntaba. Cada día, cada hora, se martirizaba con aquello.

La canción terminó y Sergio la puso de nuevo. ¿Cuántas veces la había puesto ya? ¿Por qué seguía torturándose de aquella manera?
El recuerdo de Belinda lo perseguía, era como si todavía estuviese ahí, con él.
La sentía tan cerca... Eso era lo que más le asustaba, que no era capaz de reconocer que Belinda había muerto. Aunque sabía que era imposible, aún tenía la esperanza de que volviese.

-¡Estoy aquí! ¿Es que no me ves?- Sergio parecía no oírla. Seguía sentado sobre su cama, llorando, con la mirada perdida y escuchando aquella canción.- ¡Sergio! ¿Me oyes? ¡Estoy aquí!- Nada. Sergio no reaccionaba. Belinda, enfadada, se acercó a la radio, y paró la canción. Sergio, sorprendido, se levanto de golpe.
-¿Qué ha ocurrido?- Se dijo a sí mismo. entonces puso la canción de nuevo. Justo cuando se giró para tumbarse de nuevo en su cama, Belinda volvió a parar la canción. Sergio, más que asustado, estaba confuso.-¿Belinda? ¿Eres tú?- Preguntó.
-¡Pues claro que soy yo! ¿Quién iba a ser si no?
-Claro que no. ¿Cómo va a ser Belinda, Sergio? Belinda está muerta... Deja ya de pensar en fantasmas... Aprende a superarlo.- Sergio hizo caso omiso a la respuesta de Belinda, pues simplemente no la había escuchado, no podía, porque Belinda realmente no estaba allí, o por lo menos no era visible.
Sergio se tumbó de nuevo, y tras escuchar la canción un par de veces más, se quedo dormido, con lágrimas en los ojos.

Por Ellen Hamon :)

martes, 16 de abril de 2013


Te amo”, me dijo. “Te amo”. Con esa fina, dulce y suave voz que la caracteriza, con esa sonrisa tímida que tantas veces le he dicho que me encanta...Y esa mirada. La mirada que me dejó fascinado desde el primer momento en que la vi.
Sinceramente, no podía creérmelo. Me había dicho “Te amo”, así, con esas palabras. Ella nunca le había dicho a nadie que lo amaba, es demasiado tímida. Pero el hecho de que me lo haya dicho a mí, hace que me sienta feliz, porque eso significa que realmente le importo, que realmente me quiere.
Recuerdo el día en que la conocí. Jamás la había visto antes. Ha pasado ya un año. Recuerdo que fue una mañana lluviosa de noviembre, yo había salido a pasear, pues desde pequeño me encanta el olor a mojado de las calles cuando llueve.
Caminando , caminando, fui a parar a la playa. Siempre me ha gustado ir a la playa, el mar me fascina. Es tan inmenso y profundo... Se ve el principio pero nunca el final. Quién sabe lo que podríamos descubrir si nos adentrásemos a lo más hondo, ¿llegaríamos a tocar el fondo alguna vez, o es realmente tan infinito como parece?
Llegué a la playa y algo captó mi atención, una melodía. Sonaba parecido a un violín, y entonces la vi a lo lejos. De pie, sobre la arena mojada, había una chica delgada y bajita, a la que solo alcancé a verle el pelo, de color castaño, pues estaba de espaldas. Efectivamente, estaba tocando el violín. Era una música, suave, melancólica, que jamás había escuchado antes. Me acerqué a la chica, pues realmente me había impresionado cómo tocaba. Iba tan absorto en mis pensamientos, fijándome solo en la música, que no vi que en el suelo se encontraba la funda del violín de aquella chica, con la que obviamente tropecé. Típico de mí. Torpe y ruidoso. La chica se giró bruscamente, asustada. Fue entonces cuando pude verle la cara. Tenía unos ojos enormes y azules, enorme y azul como el mar... Unos labios finísimos, perfilados y de un color rosado. Una nariz diminuta, al igual que toda ella. Se la veía tan frágil y delicada, pero elegante y fuerte a la vez, pues transmitía mucho con su música.
-Perdón por haberte asustado.- Le dije. Ella tan solo sonrió.- Sigue tocando, por favor. Tan solo quería escucharte más de cerca.- La chica se negó a seguir tocando. Me explicó que era muy, muy tímida, y que jamás tocaba su violín si había alguien delante, por eso venía a la playa en días como aquel, para estar sola.
A partir de entonces empezamos a hablar, a conocernos, y el día en que por fin me dejó escucharla con su violín, supe que había algo especial. Supe que me había enamorado. 


Escrito por Ellen Hamon :)

domingo, 14 de abril de 2013

Historia de un circo diminuto y el bolso en el que habitaba


Había una vez, un circo muy, muy, muy pequeño. Era tan pequeño aquel circo que hasta cabía en un bolso. Así es, el circo se encontraba en el interior del bolso de Marina.
Aquel circo realizaba actuaciones de todo tipo, la gente disfrutaba como nunca lo habían hecho.
Se corrió la voz y el circo se hizo en poco tiempo muy famoso. “Es un circo mágico”, decía la gente.
Había elefantes, leones, tigres, jirafas, osos... Y toda clase de animales salvajes. Dante, el dueño del circo, se encargaba de adiestrarlos.
También había payasos, inquietos y divertidos, siempre haciendo el ridículo para entretener a la gente.
Carina realizaba un show especial junto con sus dos hijas. Las tres hacían acrobacias, saltos espectaculares, coreografías increíbles...

Era verano, y cada día que pasaba hacía más calor. Marina solía dejar su bolso abierto para que los habitantes del circo no se achicharraran. Pero un día, Marina olvidó que allí dentro guardaba un circo, y cerró su bolso.
Días después, cuando se dio cuenta, ya era demasiado tarde. Horrorizada, observaba cómo todas las pequeñas criaturas del circo se derretían dentro de su bolso.
Marina no volvió a mencionar jamás el tema, nadie volvió a hablar más de aquel circo mágico. Pronto todos se olvidaron de él, de que algún día, hace mucho tiempo, existió un circo diminuto, que actuaba dentro de un bolso...


Por Ellen Hamon :)

La chica cuervo


No estaba acostumbrada a tanta luz, a tanta alegría. Siempre había vivido sola, en la sombra, con el frío y la oscuridad. Nunca nadie se había preocupado por mí. Quizás por eso no entendía bien los sentimientos de Ulises. ¿Cómo podía alguien tratarme tan bien? Quizás, nos parecemos más de lo que pensamos. Por eso me dolía tener que dejarlo. Ahora que por fin me sentía bien, ahora que había encontrado a alguien con quien ser feliz... Supongo que nunca podría serlo del todo, no mientras el sol se siguiera escondiendo y la luna saliendo todas las noches.
El sol ya casi se ocultaba del todo tras la colina. Oí un graznido y miré al cielo. Los cuervos volaban por encima de mí, aclamando a su ama.
Me transformé de nuevo, como todas las noches, y levanté el vuelo.
Era hora de irse. Irse para siempre.


Por Ellen Hamon :)

INTRODUCCIÓN

¿Quién está gritando? ¿Por qué no cesan esos gritos? ¿Por qué estoy aquí sola? ¿Por que está tan oscuro? ¿Por qué hace tanto frío?
¿Qué es esto que noto sale de mi cuerpo? Es... ¿sangre?
¿Mamá?¿Papá? ¿Hermano? ¿Hermana? ¿Dónde están todos? ¿Por qué se han ido?
Los gritos se callan, una voz melodiosa parece cantarme al oído, pero a mi lado no hay nadie. A lo lejos veo una luz. No puede ser verdad...¿Será que me estoy...muriendo?

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Dicen que cuando una estrella se muere, se apaga; otra nace y comienza a brillar, poco a poco más y más. Cuando una persona muere, otra nace, e igual que con la estrella, se ilumina poco a poco. Comienza a vivir. Le espera un largo camino... Puede que al principio su luz no alumbre mucho, y lo único que se observe sean esos llantos y quejidos propios de los bebés. Pero esa luz, por muy poco que brille ahora mismo, habita dentro de nosotros, y llegará el día, en que haya crecido lo suficiente en nuestro interior, y salga y se muestre tal y como es. Bella, increíble, radiante... Lo más maravilloso que tenemos, nuestra luz, nuestra alma.

Mamá y papá se han ido. Estoy sola en casa con hermano y hermana. Pero pasa algo raro, hermano está en la cocina, sentado en una esquina, en el suelo. Se abraza las piernas y se ríe solo, muy ruidosamente. Está pálido, tiene el pelo despeinado y sucio.
Hermano, ¿qué te ocurre?” pregunto. Hermano no contesta. Me mira a los ojos muy fijamente, y se ríe. Camino de espaldas hacia la puerta de la cocina, quiero salir, pero no puedo apartar los ojos de él. Estoy asustada, más por él que por mí. Hermano, ¿qué te ocurre?

Hermana está sentada en el sofá, llorando. Desesperada señala a la tele. Pero en la tele no hay nada, está apagada. Entonces, ¿por qué llora? ¿Qué ve ella en la pantalla?
Hermana, ¿estás bien? ¿Qué sucede?” Hermana no contesta, sigue llorando frente a la tele.

Ya han pasado dos horas, ¿dónde están mamá y papá? Tengo hambre, pero no quiero bajar a la cocina, pues hermano sigue tirado en el suelo, sin parar de reírse. Su risa me da miedo. No es la misma risa alegre que suele tener normalmente, es una risa... malvada... Es... como si no fuera su risa, como si no fuera él.
Hermana ha dejado de llorar, pero sigue sentada frente a la tele, no se mueve, no hace el menor gesto, parece incluso no respirar. Tan solo mira la pantalla del televisor muy fijamente, como si una imagen hipnotizante no le dejara apartar la vista. Pero la tele está apagada, allí no hay nada más que una pantalla negra.

Tres horas, cuatro... papá y mamá siguen fuera, y yo tengo mucha hambre.
Debo entretenerme con algo hasta que lleguen y me preparen la cena. Cojo uno de mis juguetes. Mi favorito. Una muñeca hermosa. Finos rasgos, suaves y elegantes, piel blanca, un poco rosada por las mejillas. Ojos azules, profundos, y un pelo largo, rubio y rizado. Lleva un vestido rosa, y sombrero a juego. “¿Qué tal está hoy, señorita Elizabeth?” le pregunto. “Muy bien señorita Carla, ¿Y usted?” Me responde. “Muy bien. ¿Le apetece una taza de té?” “Pues no le diría que no” Cojo una taza pequeña de plástico y le sirvo el té de mi tetera de juguete.”Es usted muy amable, señorita Carla, gracias” “De nada, Elisabeth.” “Y cuénteme, ¿qué le ocurre a nuestro hermano?” “No lo sé, lleva así un buen rato” “¿Crees que mamá y papá tardarán mucho en regresar?” “No lo sé” “¿Qué tal está hermana?” Yo me encogí de hombros. Pensaba que aquella charla con Elisabeth me distraería, pero lo único que hace es preguntarme sobre aquello de lo que precisamente no quiero hablar. Doy por zanjada la conversación y vuelvo a colocar a Elisabeth encima de la cama.
Quizás la música me despeje un poco. Cojo mi caja de música de encima del escritorio y giro la llave que le da cuerda. Una melodía tranquila y relajante comienza a sonar desde la caja, quizás un poco melancólica.
Oigo pasos, alguien sube por las escaleras a toda prisa. Me asusto. Quien sea que haya sido, parece haberse parado justo delante de mi habitación. La puerta está cerrada. Me da miedo abrirla. Miro hacia donde está Elisabeth, tengo la caja de música aún en mi mano. La llave gira, la música suena... Elisabeth me mira con expresión dolorosa. “¿Qué ocurre?” Elisabeth no me responde. Poco a poco me acerco a la puerta. Bajo el pomo, y ésta se abre lentamente. Pego un salto, dejando, sin querer, que la caja caiga al suelo. La música no se detiene. Hermano y hermana están frente a mí, los dos en la puerta, mirándome fijamente. Ambos sonríen, no entiendo por qué. Doy un paso hacia atrás, ellos uno hacia delante, vuelvo a dar otro paso, y ellos dan otro más. Poco a poco, paso a paso, consiguen arrinconarme contra la pared. Miro hacia la izquierda, Elisabeth llora. Miro a la derecha. La ventana. Ellos cada vez están más cerca, no sé lo que me harán, quizás no sea nada malo, al fin y al cabo, son mis hermanos. Pero todo esto me asusta, no lo comprendo, y sin pensarlo, abro la ventana y salto por ella.


 Por Ellen Hamon :)
A ella le gusta bailar. El baile lo es todo para ella. Cuando baila, se siente viva, siente que ya no es ella, que es una nueva persona, única y extraordinaria. El baile es su manera de expresarse, de demostrar lo que siente. El baile es su pasión.
Por eso, cuando baila, todo mi mundo tiembla. No puedo apartar los ojos de ella. Se la ve tan contenta, tan libre... Como un ave que vuela en el cielo. Sus movimientos, todos y cada uno de ellos bien marcados y definidos, elegantes, envolviéndote como en una burbuja, transmitiendo todos y cada uno de los sentimientos que se muestran en la historia. Un ballet precioso.
La actuación del estreno finalizó y todo el teatro se lleno con aplausos. Ella saludaba, sonriente a su público, que la aclamaban como a una reina. Eso era ella para mí, una reina. La más bella y talentosa de todas.
Cuando por fin salió del camerino, vestida con ropa de calle y aún con su pelo recogido, me acerqué a ella.
Sonrió, sus dientes blancos, rectos... Boca perfecta.
-Hola.- Le dije tímidamente.
-Hola.- Contestó.¿Por que me ponía tan nervioso cuando hablaba con ella?
-E...Esto...Esto es para ti.- Dije entregándole el ramo de flores que había comprado justo antes de la actuación.
-¡Violetas, mis preferidas! Muchas gracias.- Ella cogió el ramo de flores y me abrazó. Me quedé paralizado. ¿De verdad me estaba abrazando? Debía de estar soñando. Cerré los ojos para disfrutar del momento, y cuando los abrí, ella ya no estaba allí. Ni yo tampoco. Estaba tumbado en mi cama, y sobre mi escritorio descansaba el ramo de violetas que compré, pero que nunca llegué a darle.
Había sido todo un sueño... ¿Me atrevería algún día a hacerlo realidad?



Por Ellen Hamon :)

sábado, 13 de abril de 2013



 Dani se estaba impacientando. Ya eran las cinco y media y aquella chica aún no había aparecido. Aunque claro, quizás sí que estaba allí, pero no había manera de reconocerla. Decidió mandarle un mensaje.

DE DANI PARA DESCONOCIDO: Te estoy esperando. ¿Has llegado ya?

Segundos después, ya le había contestado.

DE DESCONOCIDO PARA DANI: Sí, pero por lo que veo tú aún no.

DE DANI PARA DESCONOCIDO: Estoy sentado en una de las mesas.

DE DESCONOCIDO PARA DANI: Pues no te veo.

DE DANI PARA DESCONOCIDO: Claro que no me ves, ni si quiera me conoces, no sabes quién soy.

DE DESCONOCIDO PARA DANI: De acuerdo, si no te conozco y ya estás aquí, dime, ¿cómo podré reconocerte? Ve dando mi pistas y yo me acercaré a tí.

Dani sonrió. Aquello parecía un juego.

DE DANI PARA DESCONOCIDO: De acuerdo. Llevo puesta una camiseta roja y unos vaqueros rotos. Llevo gafas, mi pelo es negro y rizado y obviamente, tengo mi móvil en las manos.

Dani envió su mensaje. Un grupo de chicas se levantaron de la mesa que estaba frente a la suya, permitiendo a Dani observar a una chica joven, más o menos de la misma edad que él, que chateaba por su teléfono en la mesa del fondo. Era morena, de ojos azules. La chica levantó la vista hacia donde estaba Dani, y sonrió.

DE DESCONOCIDO PARA DANI: Te encontré.

Dijo levantándose. La chica se sentó en la mesa con Dani.

-Así que al final, estaba equivocada. Lo siento. Ha debido ser un incordio recibir todos esos mensajes.
-En realidad, ha sido divertido. Esta semana ha sido la más entretenida e interesante.- La chica rió. Tenía una risa preciosa.
-¿Te apetece tomar algo? Yo invito. En recompensa por lo de los mensajes acosándote y eso.
-No hace falta, en serio. Yo tengo dinero.- Pasaron la tarde en el café, conversando. Prometieron quedar otro día, y ni si quiera hizo falta un intercambio de números, pues lo primero que supieron el uno del otro, incluso antes de conocerse, eran sus números de teléfono.

Por Ellen Hamon :)


 Había pasado poco tiempo desde que Dani se compró un teléfono móvil nuevo. Quién iba a pensar que se encontraría allí, justo en ese lugar, justo en ese momento, simplemente porque unas semanas atrás se compró un móvil nuevo.
Dos días después de recogerlo de la tienda, le empezaron a llegar mensajes de un número desconocido. Al principio pensó que se habrían equivocado, le podía pasar al cualquiera. Pero después terminó por creer que se trataba de una broma, ya que no dejaban de llegarle mensajes, que obviamente no eran para él.
MENSAJE 1: Ya he terminado el proyecto de biología, no pienses que voy a poner tu nombre porque me lo he tragado todo yo sola.
MENSAJE 2: Venga, ignórame, sabes que llevo razón.
MENSAJE 3: Sé que estás mosqueado por la nota que te han puesto, pero no es mi culpa, deberías haber participado en el proyecto.
MENSAJE 4: No pienses que me voy a sentir culpable simplemente porque ya no me hables.

Mensajes por el estilo seguían llegando cada día. Dani pensó que si aquello fuese una broma, ya se habrían cansado hace tiempo de seguir con lo mismo y ver que ignoraba los mensajes. Volvió a la suposición de que los mensajes fueran para otra persona, y que por error le estaban llegando a él. Un día, decidió responder.

MENSAJE DE DANI PARA DESCONOCIDO: Creo que ha habido un error, te has confundido de número.

La respuesta no tardó en llegar.
MENSAJE DE DESCONOCIDO PARA DANI: Sí, claro, y ahora me tomas por tonta, ¡lo que faltaba!

MENSAJE DE DANI PARA DESCONOCIDO: No te tomo por tonta, ni si quiera te conozco. ¿Podrías dejar de mandarme esos mensajes?

MENSAJE DE DESCONOCIDO PARA DANI:  A mí no me engañas, sé que eres tú. No finjas que no eres tú porque estoy convencidísima de que sí lo eres. Hiciste mal lo del proyecto, ahora acarrea con las consecuencias, pero a mí no me tomes por tonta.

Dani no daba crédito a lo que veían sus ojos. Esa chica era realmente testaruda.

MENSAJE DE DANI A DESCONOCIDO: ¿Cómo puedo demostrarte que no soy quien crees que soy?

MENSAJE DE DESCONOCIDO PARA DANI: ¿Todavía sigues con eso? Está bien, ¿por qué no quedamos en el café de la plaza, mañana a las cinco?

MENSAJE DE DANI PARA DESCONOCIDO: De acuerdo.

Así que ahí estaba Dani, sentado en una de las mesas del café, esperando a que la loca del teléfono llegase y entendiera, por fin, que todo había sido un malentendido.

Por Ellen Hamon :)



La oficina era muy grande, al igual que el despacho del jefe.
El jefe estaba sentado en el sofá de su despacho, pues era mucho más cómodo que el escritorio. Leía tranquilamente cuando llamaron a la puerta.
-Adelante.
-Christian, ha llegado tu mujer.- Dijo la secretaria.-¿Estás ocupado?
-No, dile que pase, por favor.- La secretaria se marcho y segundos después entró Tamara.
-¿Qué tal te encuentras, mi amor?
-Bien, acabo de salir del hospital.
-¿Qué? ¿Por qué no me has avisado? Habría ido contigo.
-No quería molestarte, pensaba que estarías ocupado.
-Y bueno, ¿qué te han dicho?- Tamara sonrió.
-Es una niña. Vamos a tener una niña, Chris.- Christian se levantó de golpe y rió entusiasmado. Abrazó a su mujer y le dio un beso en la barriga.
-Una niña, una niña...
-Sí, Christian, una niña. Habrá que ir pensando un nombre, ¿no?- Christian miró al sofá, donde había dejado su libro. "Donde habitan los ángeles"...
-Eva-Dijo finalmente. - Me gustaría que se llamase Eva.
-Eva... Me gusta.- Contestó Tamara. Ambos sonrieron. Tamara acarició su vientre.- Cada vez queda menos, Eva. No puedo esperar.

Por Ellen Hamon :)




 -¿Qué lees?- Eva se giró para comprobar quién le había hablado. Un chico alto de pelo negro y corto se encontraba ahora en frente de ella. Lo había visto antes dando vueltas por allí, pensó que  sería algún familiar o amigo de alguno de los ingresados.
La enfermera cerró el libro. No había cosa que odiara más que la molestaran mientras leía.
El chico la miraba fijamente, pero ella ni si quiera le contestó a su pregunta. Era su hora libre y no quería malgastarla hablando con un niño pequeño que seguramente solo se había acercado para tocarle las narices.Eva abrió el libro de nuevo y siguió leyendo por donde lo había dejado, ignorando a aquel chico.
-La gente educada, cuando le hacen una pregunta, contestan.- Eva estaba mosqueada. Aquel chico no solo la había interrumpido de su lectura, si no que ahora encima la llamaba maleducada.
-¿Qué quieres?
-Quiero saber qué estás leyendo.- Eva le mostró la portada a el chico, que la leyó lentamente.
-"Donde habitan los ángeles". ¿Es interesante?
-Sí, niño, muy interesante. Me gustaría terminarlo, ¿sabes? ¿Por qué no te entretienes jugando por ahí un rato, y me dejas tranquilita?
-Es que me aburro.
-¿Y qué quieres que yo le haga? ¿Dónde están tus padres? Díselo a ellos.
-Están en casa. Yo he venido a ver a mi amiga, la igresaron hace dos noches.
-¿Y estás aquí desde entonces?- El chico asintió.
-¿Por qué?
-Porque le prometí a Tamara que no me iría hasta que se encontrara mejor y pudiera volver a casa, que cada vez que tuviese que venir, yo vendría con ella.
-¿Cuántos años tienes?
-Nueve, señora.
-Deberías irte a casa, el hospital no es lugar para niños.
-Todo el mundo dice eso, pero a este hospital no hacen más que llegar niños. Algunos heridos, otros enfermos... Como mi amiga Tamara. Si no es un lugar para niños, tal y como dices, ¿por qué no la dejan marchar?- Eva sonrió. Aquel niño era especial, podía verlo. Sabía expresarse muy bien, era bastante maduro para un chico de su edad.
-Toma.- Dijo la enfermera entregándole el libro.- Ya me lo devolverás otro día, cuando te lo leas. Así mientras tu amiga Tamara está ocupada con los doctores, tú no te aburrirás.- A el pequeño se le iluminó la cara con una sonrisa.
-¡Gracias, señora!- Dijo feliz.
-De nada, pequeño.- Eva observaba como aquel chico se alejaba dando saltos de alegría. a pesar de ser maduro, aún seguía siendo un niño. "Con qué poco se conforman los niños" Pensó Eva, mientras revivía en su memoria los recuerdos de su infancia.

Por Ellen Hamon :)


El vaso temblaba en la mano de Tamara. Pequeñas gotas de agua salían disparadas de él, salpicando el suelo.
-¿Te encuentras bien?- Preguntó Christian.
-Sí.-Contestó Tamara, dejando el vaso sobre la mesa.
-¿Seguro?- Insistió.
-Sí, seguro. Ya me conoces, sabes que siempre me pasa cuando me pongo nerviosa. Mi cuerpo tiembla exageradamente, pero pasado un rato se me quita.
Christian sonrió. Definitivamente estaba enamorado.
-No tienes por qué estar nerviosa, ya verás como a partir de ahora todo sale bien.
-Ojalá...- Tamara suspiró. Ya estaba harta de hacer y deshacer la maleta todo el tiempo, de tener que dejar y volver a su casa cada dos por tres. Estaba harta de tener que acordarse siempre de tomarse sus pastillas con cada comida, de no poder salir los fines de semana con sus amigos, como hacían todos los demás. Harta de mirar por la ventana y ver cómo pasaba la vida ante sus ojos, y harta de no poder aprovecharla.
-¿Quieres que te de un masaje? Fuerte, como a ti te gusta. Eso te relajaría un poco, ¿no?- Le dijo Christian con una sonrisa. Tamara lo miró a los ojos y sonrió.
-No, no perdamos más el tiempo.- Dijo decidida. Christian agarró la silla de ruedas y caminó hacia la salida. Tamara se despidió de todos, contenta de poder intentarlo de nuevo, de intentar volver a vivir.
-¿Lista?
-Lista.- Tamara agarró la mano de Christian, mientras los dos salían del hospital.


Por Ellen Hamon :)


"Bella y Bestia"


Hace mucho tiempo, en un lugar muy lejano, existió una vez un pequeño instituto. En aquel instituto todo estaba planificado y definido, cada uno tenía su lugar:
Los deportistas con los deportistas, los empollones con los empollones, los guaperas con los guaperas, etc.
Nadie se atrevía a dejar su grupo y relacionarse con otras personas, tenían miedo de lo que la gente podía pensar de ellos.
Pero había un joven, alto, pálido, de ojos marrones y pelo negro, que no tenía grupo. No era para nada atlético, ni un estudiante ejemplar, y aunque no fuera feo, tampoco lo consideraban un bellezón. Siempre andaba solo, porque intimidaba a la gente. No es que lo hiciera a propósito, la gente se asustaba nada más verlo porque estaba lleno de cicatrices, lo que le daba un aspecto un poco aterrador. Todos huían debido a su aspecto, nadie lo conocía en realidad, nadie sabía cómo era él por dentro. Nadie sabía que todos los fines de semana se dedicaba a ayudar en un albergue para pobres, dándoles de comer, o que recogía animales de la calle y los cuidaba hasta encontrarles una casa mejor; nadie sabía que la mayoría de esas cicatrices eran por culpa de su padre, que desde hace años abusaba de él y de su madre. Todos huían, se apartaban nada más verlo llegar, no sabían lo buena persona que era ese chico en el fondo, a pesar de lo mal que lo había pasado a lo largo de su vida.
Un día, mientras alimentaba a los gatos callejeros que vivían en un callejón cerca de su casa, vio como un hombre, armado con una navaja, intentaba aprovecharse de una joven muchacha.
La muchacha gritaba, pedía socorro, pero nadie la oía, pues muy pocas personas pasaban por aquella calle justo en ese momento.
El joven no se lo pensó dos veces, y a pesar de que aquel hombre tenía una navaja y él no contaba con nada para defenderse, no dudó en ir a socorrer a aquella chica, que tan asustada estaba.
Finalmente, tras varios movimientos forzosos, el hombre de la navaja huyó corriendo, no sin antes dejarle una nueva cicatriz al joven.
La chica estaba sentada en el suelo, llorando, sudando por culpa del miedo que había pasado.
-¿Estás bien?- Preguntó el muchacho. La chica no contestó. Entonces el joven pudo fijarse bien ella, y se dio cuenta de a quién acababa de salvar. Su nombre era Blanca, e iba a su instituto. Era la “líder”, digamos, del grupo de los guaperas, aquel grupo que tanto se había metido con él, que tanto se había esforzado por humillarlo y marginarlo, y ahora él acababa de salvar a uno de sus miembros.
Blanca era una chica muy guapa, de ojos grandes y verdes, pelo largo y marrón, dientes y boca perfecta...
-Gracias.- Logró decir al fin. El joven la llevo a su casa, que no estaba muy lejos, y le dio un vaso de agua para que se calmase un poco.- ¿Por qué me has ayudado?- Preguntó Blanca.
-¿Por qué no iba a hacerlo?- Respondió el joven.
-Después de como te hemos tratado mis amigos y yo, lo último que me esperaba de ti era que arriesgaras tu vida para salvarme.
-No me conoces-Dijo el joven- siempre intento hacer lo correcto y ayudar a los demás. Que no sea tan guapo físicamente como tú o los de tu grupo, no significa que tengáis un mejor corazón que yo. Sois atractivos por fuera, pero por dentro apestáis.- Aquellas palabras hicieron mella en Blanca. El joven tenía toda la razón. Por fuera era muy bella, y él quizás no tanto, pero uno se da cuenta de quien es realmente el malo del cuento cuando mira en su interior.


Por Ellen Hamon :)