Matthew cruzó la puerta,
indeciso. Dudaba de que aquello fuera lo correcto, por algo su tío
se había mostrado tan estricto a la hora de mantenerlo alejado de
aquella habitación. Pero la curiosidad que Matthew sentía en aquel
momento podía más que todas las normas impuestas por su tío.
Además, ahora no se encontraba en casa, no tenía por qué enterarse
de que Matthew le había desobedecido.
La sala estaba oscura, no se
veía nada. A Matthew le entró un poco de miedo, ¿dónde se había
metido? De repente notó como algo suave caía lentamente sobre su
cabeza y, temeroso, lo cogió. No estaba seguro, pero por el tacto
aquello parecía la hoja de un árbol. ¿Dónde estaba? ¿Qué era
realmente aquella habitación?
Decidió caminar a ciegas,
quizás hubiera algún interruptor en alguna parte. Según avanzaba,
notaba que el suelo que pisaba se reblandecía, ya no parecían losas
de mármol, ahora era como... tierra. Pensó que su mente le estaba
jugando una mala pasada, siempre había sido un chico con mucha
imaginación. Pero lo cierto era que estaba asustado, no sabía hacia
dónde iba, no sabía cómo salir de aquel lugar. Pero una vez más,
la intriga y la curiosidad pudieron más que su miedo, y no dejó de
caminar, quería descubrir lo que estaba ocurriendo.
No sabía cuánto tiempo
llevaba caminando en la oscuridad, aquello que siempre había creído
una habitación normal y corriente, ahora le parecía infinita. Por
más que andaba en línea recta jamás chocaba con ninguna pared. No
se oía ningún sonido, le costaba incluso escuchar sus propios
pasos, no olía a nada, y como estaba tan oscuro, obviamente el
sentido de la vista tampoco le servía de mucho. Aún tenía aquella
hoja en su mano. Entonces, algo le hizo dejarla caer de pronto. Un
ruido, como el rugido de un animal, de una bestia... Algo se abalanzó
sobre Matthew y...
- ¡Ahhh!
- ¡Te advertí que jamás
abrieras esta puerta!- Rugió la bestia, que había derribado a
Matthew.
Él forcejeaba, pataleaba y
gritaba... Pero ya era demasiado tarde...
Siempre se lo habían dicho,
desde pequeño, cuando se inventaba aquellas ridículas historias de
fantasía y aventuras, y no paraba quieto explorándolo todo a su
alrededor, metiendo las narices en asuntos ajenos... “La curiosidad
mató al gato”
Por Ellen Hamon:)
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