¿Quién
está gritando? ¿Por qué no cesan esos gritos? ¿Por qué estoy
aquí sola? ¿Por que está tan oscuro? ¿Por qué hace tanto frío?
¿Qué
es esto que noto sale de mi cuerpo? Es... ¿sangre?
¿Mamá?¿Papá?
¿Hermano? ¿Hermana? ¿Dónde están todos? ¿Por qué se han ido?
Los
gritos se callan, una voz melodiosa parece cantarme al oído, pero a
mi lado no hay nadie. A lo lejos veo una luz. No puede ser
verdad...¿Será que me estoy...muriendo?
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Dicen que cuando una estrella se
muere, se apaga; otra nace y comienza a brillar, poco a poco más y
más. Cuando una persona muere, otra nace, e igual que con la
estrella, se ilumina poco a poco. Comienza a vivir. Le espera un
largo camino... Puede que al principio su luz no alumbre mucho, y lo
único que se observe sean esos llantos y quejidos propios de los
bebés. Pero esa luz, por muy poco que brille ahora mismo, habita
dentro de nosotros, y llegará el día, en que haya crecido lo
suficiente en nuestro interior, y salga y se muestre tal y como es.
Bella, increíble, radiante... Lo más maravilloso que tenemos,
nuestra luz, nuestra alma.
Mamá y papá se han ido. Estoy sola
en casa con hermano y hermana. Pero pasa algo raro, hermano está en
la cocina, sentado en una esquina, en el suelo. Se abraza las piernas
y se ríe solo, muy ruidosamente. Está pálido, tiene el pelo
despeinado y sucio.
“Hermano, ¿qué te ocurre?”
pregunto. Hermano no contesta. Me mira a los ojos muy fijamente, y se
ríe. Camino de espaldas hacia la puerta de la cocina, quiero salir,
pero no puedo apartar los ojos de él. Estoy asustada, más por él
que por mí. Hermano, ¿qué te ocurre?
Hermana está sentada en el sofá,
llorando. Desesperada señala a la tele. Pero en la tele no hay nada,
está apagada. Entonces, ¿por qué llora? ¿Qué ve ella en la
pantalla?
“Hermana, ¿estás bien? ¿Qué
sucede?” Hermana no contesta, sigue llorando frente a la tele.
Ya han pasado dos horas, ¿dónde
están mamá y papá? Tengo hambre, pero no quiero bajar a la cocina,
pues hermano sigue tirado en el suelo, sin parar de reírse. Su risa
me da miedo. No es la misma risa alegre que suele tener normalmente,
es una risa... malvada... Es... como si no fuera su risa, como si no
fuera él.
Hermana ha dejado de llorar, pero
sigue sentada frente a la tele, no se mueve, no hace el menor gesto,
parece incluso no respirar. Tan solo mira la pantalla del televisor
muy fijamente, como si una imagen hipnotizante no le dejara apartar
la vista. Pero la tele está apagada, allí no hay nada más que una
pantalla negra.
Tres horas, cuatro... papá y mamá
siguen fuera, y yo tengo mucha hambre.
Debo entretenerme con algo hasta que
lleguen y me preparen la cena. Cojo uno de mis juguetes. Mi favorito.
Una muñeca hermosa. Finos rasgos, suaves y elegantes, piel blanca,
un poco rosada por las mejillas. Ojos azules, profundos, y un pelo
largo, rubio y rizado. Lleva un vestido rosa, y sombrero a juego.
“¿Qué tal está hoy, señorita Elizabeth?” le pregunto. “Muy
bien señorita Carla, ¿Y usted?” Me responde. “Muy bien. ¿Le
apetece una taza de té?” “Pues no le diría que no” Cojo una
taza pequeña de plástico y le sirvo el té de mi tetera de
juguete.”Es usted muy amable, señorita Carla, gracias” “De
nada, Elisabeth.” “Y cuénteme, ¿qué le ocurre a nuestro
hermano?” “No lo sé, lleva así un buen rato” “¿Crees que
mamá y papá tardarán mucho en regresar?” “No lo sé” “¿Qué
tal está hermana?” Yo me encogí de hombros. Pensaba que aquella
charla con Elisabeth me distraería, pero lo único que hace es
preguntarme sobre aquello de lo que precisamente no quiero hablar.
Doy por zanjada la conversación y vuelvo a colocar a Elisabeth
encima de la cama.
Quizás la música me despeje un
poco. Cojo mi caja de música de encima del escritorio y giro la
llave que le da cuerda. Una melodía tranquila y relajante comienza a
sonar desde la caja, quizás un poco melancólica.
Oigo pasos, alguien sube por las
escaleras a toda prisa. Me asusto. Quien sea que haya sido, parece
haberse parado justo delante de mi habitación. La puerta está
cerrada. Me da miedo abrirla. Miro hacia donde está Elisabeth, tengo
la caja de música aún en mi mano. La llave gira, la música
suena... Elisabeth me mira con expresión dolorosa. “¿Qué ocurre?”
Elisabeth no me responde. Poco a poco me acerco a la puerta. Bajo el
pomo, y ésta se abre lentamente. Pego un salto, dejando, sin querer,
que la caja caiga al suelo. La música no se detiene. Hermano y
hermana están frente a mí, los dos en la puerta, mirándome
fijamente. Ambos sonríen, no entiendo por qué. Doy un paso hacia
atrás, ellos uno hacia delante, vuelvo a dar otro paso, y ellos dan
otro más. Poco a poco, paso a paso, consiguen arrinconarme contra la
pared. Miro hacia la izquierda, Elisabeth llora. Miro a la derecha.
La ventana. Ellos cada vez están más cerca, no sé lo que me harán,
quizás no sea nada malo, al fin y al cabo, son mis hermanos. Pero
todo esto me asusta, no lo comprendo, y sin pensarlo, abro la ventana
y salto por ella.
Por Ellen Hamon :)
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