jueves, 18 de julio de 2013

Historia a cuatro manos - David y Sean

Las dos amigas que formamos este blog vamos a empezar a escribir algunas historias juntas. Que disfrutéis :)


Un día, que tendría que haber sido como otro cualquiera, resultó no ser como siempre.
Me desperté de madrugada y bajé a la cocina a por algo de picar. No podía dormir.
Pero cuando busqué algo para comer, nada me apetecía.
Tan solo podía pensar en él.
¿Por qué? Él sólo era un amigo, ¿no?
O quizás yo sintiera algo más que amistad, quizás Sean fuera más que un simple chico.
Pero, ¿por qué él? Con lo irritantemente tranquilo que era, y torpe, e inmaduro...
Y gracioso, y amable, y sensible, y comprensivo, y friki...
Pero si somos totalmente diferentes el uno del otro. ¿Por qué? ¿Tiene siquiera un por qué?
Entonces sonó el teléfono, era él. A veces le daban esos puntos de llamarme a cualquier hora, por cualquier motivo, simplemente para hablar.
-¿Sí? -dije yo, intentando aparentar indiferencia- ¿Quién es?
-Soy yo, Sean. ¿Molesto?
-Sabes que no -¿me lo parecía a mi o le temblaba la voz?
-Acabo de dejarlo con mi novia.
-¿Y eso? -ahora era a mi a quien le temblaba la voz.
-No sé... Ya... no la quiero, eso es todo.- Dijo. No sonaba muy convincente.
-¿Seguro que eso es todo? -pregunté, intentando sin mucho éxito no sonar preocupado.
-Claro. Oye, ¿haces algo mañana? Porque había pensado... Pero si estás ocupado no importa, lo dejamos para otro día.
-No, no. ¿Qué habías pensado?
-O mejor, ¿quedamos ahora?
-Eh... sí, claro. ¿Dónde?
-Sorpresa. Ya verás, ¿te recojo en media hora?
-Sí, claro.
-Pues hasta luego.- Colgué , y me quedé un rato observando el teléfono, sin saber del todo lo que acababa de pasar.
Y al darme cuenta de lo que hacía reaccioné, y fui corriendo hacia mi cuarto intentando no hacer ruido para no despertar a nadie.
Ya se acercaba el verano, y con él el calor, por lo que por las noches dormía siempre en calzoncillos.
Busqué unos pantalones vaqueros y alguna camiseta decente que ponerme, y corrí al cuarto de baño a lavarme los dientes y peinarme.
Justo a las dos de la madrugada, Sean vino a recogerme.
No dejaba de pensar en cosas ridículas mientras salía de casa, como por ejemplo si estaría bien la ropa que llevaba, si me había peinado bien, etc.
-Me gusta mucho tu camiseta.- Dijo- Te sienta bien ese color.- Al parecer no iba tan desastroso como yo pensaba.
-Gracias -menos mal que estaba oscuro y no pudo ver como me sonrojaba...
-¿Y bueno, qué? ¿Intrigado? ¿nervioso?- Preguntó. Parecía haberme leído el pensamiento.
-Sabes que sí -y para mi sorpresa, me cogió de la mano.
Sonrió. Yo estaba muy nervioso, y él pareció darse cuenta.
-Tranquilo, ¿vale? Sólo quiero hablar contigo, hace tiempo que quiero hacerlo.
-¿Hablar? ¿Sobre qué?
-Espera que lleguemos, paciencia.
-¿Llegar adónde?
-Paciencia -dijo riendo.
Paciencia. Yo no tenía de eso, y menos en aquel momento.
Al fin, llegamos a un edificio. Al llegar a la puerta, Sean cogió unas llaves del bolsillo con la mano que no sostenía la mía y me invitó a pasar tras abrirla.
-¿Dónde estamos? ¿Qué es este lugar?
-Sólo un poco más de paciencia, ya verás, merecerá la pena.
Entonces, tocó el interruptor de la luz que había a nuestra derecha, y me guió de la mano mientras subíamos unas escaleras.
Subimos hasta el último piso del edificio. A esas alturas, no podía estar más nervioso.
-Cierra los ojos. -Me dijo.
-¿Por qué?
-¿Por qué qué?
-¿Por qué estamos aquí? No entiendo qué...
-No pasa nada, tú confía en mí.
Y confié en él.


Escrito por Ellen Hamon y Alicia González.

miércoles, 3 de julio de 2013

Pensamientos de un bebé


Elena sonreía, asombrada, ante todo lo que veía. El cielo azul, un sol gigante iluminando el cielo, algunas nubes blancas que se movían con la suave brisa que soplaba. Sentada en la hierba, podía sentir el tacto, el olor, la delicadeza de las flores que la rodeaban, tan diferentes, tan coloridas. Árboles altísimos a lo lejos, en la montaña. Mariposas revoloteando alrededor, y la pequeña casita blanca al fondo del prado...
Una mariquita se posó en la pierna de la bebé. Ella, impresionada, intentó atraparla entre risas, hasta que la mariquita salió volando. Elena extendió la mano todo lo que pudo para alcanzarla, pero la mariquita siguió su camino.
Elena era pequeña, aún no había aprendido a hablar, ni siquiera se sostenía en pie por sí misma, tenía que gatear para desplazarse, y llorar si tenía hambre, o frío, o sueño, o por cualquier cosa. Eso era algo que a veces irritaba a sus padres, y ella lo sentía mucho, pero no sabía de qué otra manera comunicarse.
Su madre estaba justo detrás de ella, sujetándola por la espalda para que Elena no se cayese. Tumbada en la hierba, disfrutando de aquel maravilloso día, canturreaba una cancioncilla que su madre solía cantarle siempre, por lo que terminó memorizándola. Elena ya había empezado a reconocerla, cada vez que su madre la cantaba, Elena sabía de qué canción se trataba, aunque todavía no fuese capaz de cantarla con ella. A Elena le gustaba mucho la voz de su madre, suave, dulce, siempre calmada...
- ¡Cariño! ¡La comida está lista!- Gritó papá desde el interior de la casita blanca.
- ¡Ya vamos!- Dijo mamá.- Elena, tesoro, ¿tienes hambre?- Elena tan solo sonreía, admirando lo guapa que era su madre.- Vamos, vamos a ver qué nos ha preparado papá.- La madre cogió a Elena en brazos, ésta contenta y sonriente. Todavía le quedaba mucho por aprender, pero tenía ganas. Ganas de conocer más cosas, ganas de pasar más tiempo con esa mujer y ese hombre, su padre y su madre, que tanto la cuidaban y tan feliz la hacían. Elena esperaba poder devolverles todo aquello algún día.



Ellen Hamon.



martes, 2 de julio de 2013

Para Inma Nieto :)

  Érase una vez, en un instituto de La Línea, una clase que, aunque la media de notas era alta, no había muy buena relación entre los alumnos. Los chicos no eran malos en realidad, sino que cada uno miraba por sí mismo, sin preocuparse por los problemas de otros.
   El primer día del curso, cuando los alumnos oyeron el nombre de la que sería su tutora ese año, se miraron extrañados. Por una parte, se alegraron de que no volvieran a tener el mismo tutor del curso anterior, pero por otro, les preocupaba que la nueva fuera aún peor. ¿Quién era Inma Nieto?
   Cuando subieron a clase aquel día y la tutora les dio una charla, quedó más que claro que aquella profesora no toleraría tonterías, aunque tampoco se le veía que fuera mala. Ellos pensaron que sería una de tantas profesoras que habían tenido, que se limitaría a entrar y salir de su vida sin dejar marca, pero se equivocaron.
   A lo largo del curso, los alumnos pudieron ver que aquella profesora, además de llevar sus clases realmente bien, era un gran ejemplo a seguir. Los alumnos vieron también que la profesora realmente quería ayudar en los problemas de la clase, que para ella los alumnos no sólo eran eso, alumnos, sino también personas, lo que hizo que quisieran mejorar.
   Al final del curso, aunque no todos habían mejorado como alumnos, sí que lo hicieron como personas.

Alicia González.


   Un día, no hace mucho tiempo, alguien me preguntó: “¿quién ha sido la personas que más te ha marcado en la vida?”.
   Aquella pregunta me hizo reflexionar. ¿Mis padres? ¿Algún amigo? ¿Algún famoso?
   Y entonces el nombre de “Inma Nieto” se cruzó por mi mente.
   Inma fue mi tutora y profesora de lengua en 3º de ESO.
   Recuerdo claramente el día en que la conocí, aunque ya hace años de aquello. Recuerdo el momento en el que nos llevo a la que sería nuestra clase, y nos empezó a hablar sobre lo que haríamos durante el curso, el horario, las normas... Recuerdo cuando me hizo tirar el chicle a la papelera, recuerdo haber mirado a Marta y ambas decir con una sonrisilla: “Esta nos va a poner firmes”. Y la verdad es que nos hacía falta. Inma llegó justo en el momento oportuno, cuando la relación entre compañeros de clase no era muy buena. Inma nos enseñó mucho, pero no sólo sobre gramática y literatura. Nos enseñó cosas más importantes, nos enseñó a conocernos, nos enseñó a ser mejores personas. Se preocupaba por nosotros y nos ayudaba a mejorar. Recuerdo cuando tenía quince años y pensé: “yo quiero ser como ella de mayor”, porque Inma fue todo un modelo a seguir, y ahora que ya he crecido, y tengo mi casa, mi trabajo, mi marido y mis hijos, me siento orgullosa de haberla tomado como ejemplo, porque Inma Nieto me ayudó a crecer, tanto académica como personalmente. Por eso cuando me preguntaron qué persona me había marcado más en la vida, yo contesté segura: Inma Nieto.
   Porque es una mujer admirable, guapa, inteligente, segura de sí misma... y me alegro de haberla conocido, me alegro de haber sido su alumna, me alegro de lo mucho que me hizo reflexionar, me alegro por todo lo que hizo en el curso por nosotros...


   
Por todo eso y más, Inma Nieto marcó mi vida.
Ellen Hamon.



Con mucho cariño, de tus alumnas Ali y Ellen :)