martes, 16 de abril de 2013


Te amo”, me dijo. “Te amo”. Con esa fina, dulce y suave voz que la caracteriza, con esa sonrisa tímida que tantas veces le he dicho que me encanta...Y esa mirada. La mirada que me dejó fascinado desde el primer momento en que la vi.
Sinceramente, no podía creérmelo. Me había dicho “Te amo”, así, con esas palabras. Ella nunca le había dicho a nadie que lo amaba, es demasiado tímida. Pero el hecho de que me lo haya dicho a mí, hace que me sienta feliz, porque eso significa que realmente le importo, que realmente me quiere.
Recuerdo el día en que la conocí. Jamás la había visto antes. Ha pasado ya un año. Recuerdo que fue una mañana lluviosa de noviembre, yo había salido a pasear, pues desde pequeño me encanta el olor a mojado de las calles cuando llueve.
Caminando , caminando, fui a parar a la playa. Siempre me ha gustado ir a la playa, el mar me fascina. Es tan inmenso y profundo... Se ve el principio pero nunca el final. Quién sabe lo que podríamos descubrir si nos adentrásemos a lo más hondo, ¿llegaríamos a tocar el fondo alguna vez, o es realmente tan infinito como parece?
Llegué a la playa y algo captó mi atención, una melodía. Sonaba parecido a un violín, y entonces la vi a lo lejos. De pie, sobre la arena mojada, había una chica delgada y bajita, a la que solo alcancé a verle el pelo, de color castaño, pues estaba de espaldas. Efectivamente, estaba tocando el violín. Era una música, suave, melancólica, que jamás había escuchado antes. Me acerqué a la chica, pues realmente me había impresionado cómo tocaba. Iba tan absorto en mis pensamientos, fijándome solo en la música, que no vi que en el suelo se encontraba la funda del violín de aquella chica, con la que obviamente tropecé. Típico de mí. Torpe y ruidoso. La chica se giró bruscamente, asustada. Fue entonces cuando pude verle la cara. Tenía unos ojos enormes y azules, enorme y azul como el mar... Unos labios finísimos, perfilados y de un color rosado. Una nariz diminuta, al igual que toda ella. Se la veía tan frágil y delicada, pero elegante y fuerte a la vez, pues transmitía mucho con su música.
-Perdón por haberte asustado.- Le dije. Ella tan solo sonrió.- Sigue tocando, por favor. Tan solo quería escucharte más de cerca.- La chica se negó a seguir tocando. Me explicó que era muy, muy tímida, y que jamás tocaba su violín si había alguien delante, por eso venía a la playa en días como aquel, para estar sola.
A partir de entonces empezamos a hablar, a conocernos, y el día en que por fin me dejó escucharla con su violín, supe que había algo especial. Supe que me había enamorado. 


Escrito por Ellen Hamon :)

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