“Te
amo”, me dijo. “Te amo”. Con esa fina, dulce y suave voz que
la caracteriza, con esa sonrisa tímida que tantas veces le he dicho
que me encanta...Y esa mirada. La mirada que me dejó fascinado desde
el primer momento en que la vi.
Sinceramente,
no podía creérmelo. Me había dicho “Te amo”, así, con esas
palabras. Ella nunca le había dicho a nadie que lo amaba, es
demasiado tímida. Pero el hecho de que me lo haya dicho a mí, hace
que me sienta feliz, porque eso significa que realmente le importo,
que realmente me quiere.
Recuerdo
el día en que la conocí. Jamás la había visto antes. Ha pasado ya un
año. Recuerdo que fue una mañana lluviosa de noviembre, yo había
salido a pasear, pues desde pequeño me encanta el olor a mojado de
las calles cuando llueve.
Caminando
, caminando, fui a parar a la playa. Siempre me ha gustado ir a la
playa, el mar me fascina. Es tan inmenso y profundo... Se ve el
principio pero nunca el final. Quién sabe lo que podríamos
descubrir si nos adentrásemos a lo más hondo, ¿llegaríamos a
tocar el fondo alguna vez, o es realmente tan infinito como parece?
Llegué
a la playa y algo captó mi atención, una melodía. Sonaba parecido
a un violín, y entonces la vi a lo lejos. De pie, sobre la arena
mojada, había una chica delgada y bajita, a la que solo alcancé a
verle el pelo, de color castaño, pues estaba de espaldas.
Efectivamente, estaba tocando el violín. Era una música, suave,
melancólica, que jamás había escuchado antes. Me acerqué a la
chica, pues realmente me había impresionado cómo tocaba. Iba tan
absorto en mis pensamientos, fijándome solo en la música, que no vi
que en el suelo se encontraba la funda del violín de aquella chica,
con la que obviamente tropecé. Típico de mí. Torpe y ruidoso. La
chica se giró bruscamente, asustada. Fue entonces cuando pude verle
la cara. Tenía unos ojos enormes y azules, enorme y azul como el
mar... Unos labios finísimos, perfilados y de un color rosado. Una
nariz diminuta, al igual que toda ella. Se la veía tan frágil y
delicada, pero elegante y fuerte a la vez, pues transmitía mucho con
su música.
-Perdón
por haberte asustado.- Le dije. Ella tan solo sonrió.- Sigue
tocando, por favor. Tan solo quería escucharte más de cerca.- La
chica se negó a seguir tocando. Me explicó que era muy, muy tímida,
y que jamás tocaba su violín si había alguien delante, por eso
venía a la playa en días como aquel, para estar sola.
A
partir de entonces empezamos a hablar, a conocernos, y el día en que
por fin me dejó escucharla con su violín, supe que había algo
especial. Supe que me había enamorado.
Escrito por Ellen Hamon :)
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