Hace
mucho tiempo, en un lugar muy lejano, existió una vez un pequeño
instituto. En aquel instituto todo estaba planificado y definido,
cada uno tenía su lugar:
Los
deportistas con los deportistas, los empollones con los empollones,
los guaperas con los guaperas, etc.
Nadie
se atrevía a dejar su grupo y relacionarse con otras personas,
tenían miedo de lo que la gente podía pensar de ellos.
Pero
había un joven, alto, pálido, de ojos marrones y pelo negro, que no
tenía grupo. No era para nada atlético, ni un estudiante ejemplar,
y aunque no fuera feo, tampoco lo consideraban un bellezón. Siempre
andaba solo, porque intimidaba a la gente. No es que lo hiciera a
propósito, la gente se asustaba nada más verlo porque estaba lleno
de cicatrices, lo que le daba un aspecto un poco aterrador. Todos
huían debido a su aspecto, nadie lo conocía en realidad, nadie
sabía cómo era él por dentro. Nadie sabía que todos los fines de
semana se dedicaba a ayudar en un albergue para pobres, dándoles de
comer, o que recogía animales de la calle y los cuidaba hasta
encontrarles una casa mejor; nadie sabía que la mayoría de esas
cicatrices eran por culpa de su padre, que desde hace años abusaba
de él y de su madre. Todos huían, se apartaban nada más verlo
llegar, no sabían lo buena persona que era ese chico en el fondo, a
pesar de lo mal que lo había pasado a lo largo de su vida.
Un
día, mientras alimentaba a los gatos callejeros que vivían en un
callejón cerca de su casa, vio como un hombre, armado con una
navaja, intentaba aprovecharse de una joven muchacha.
La
muchacha gritaba, pedía socorro, pero nadie la oía, pues muy pocas
personas pasaban por aquella calle justo en ese momento.
El
joven no se lo pensó dos veces, y a pesar de que aquel hombre tenía
una navaja y él no contaba con nada para defenderse, no dudó en ir
a socorrer a aquella chica, que tan asustada estaba.
Finalmente,
tras varios movimientos forzosos, el hombre de la navaja huyó
corriendo, no sin antes dejarle una nueva cicatriz al joven.
La
chica estaba sentada en el suelo, llorando, sudando por culpa del
miedo que había pasado.
-¿Estás
bien?- Preguntó el muchacho. La chica no contestó. Entonces el
joven pudo fijarse bien ella, y se dio cuenta de a quién acababa de
salvar. Su nombre era Blanca, e iba a su instituto. Era la “líder”,
digamos, del grupo de los guaperas, aquel grupo que tanto se había
metido con él, que tanto se había esforzado por humillarlo y
marginarlo, y ahora él acababa de salvar a uno de sus miembros.
Blanca
era una chica muy guapa, de ojos grandes y verdes, pelo largo y
marrón, dientes y boca perfecta...
-Gracias.-
Logró decir al fin. El joven la llevo a su casa, que no estaba muy
lejos, y le dio un vaso de agua para que se calmase un poco.- ¿Por
qué me has ayudado?- Preguntó Blanca.
-¿Por
qué no iba a hacerlo?- Respondió el joven.
-Después
de como te hemos tratado mis amigos y yo, lo último que me esperaba
de ti era que arriesgaras tu vida para salvarme.
-No
me conoces-Dijo el joven- siempre intento hacer lo correcto y ayudar
a los demás. Que no sea tan guapo físicamente como tú o los de tu
grupo, no significa que tengáis un mejor corazón que yo. Sois
atractivos por fuera, pero por dentro apestáis.- Aquellas palabras
hicieron mella en Blanca. El joven tenía toda la razón. Por fuera
era muy bella, y él quizás no tanto, pero uno se da cuenta de quien
es realmente el malo del cuento cuando mira en su interior.
Por Ellen Hamon :)
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